Comentario
CAPITULO II
Lolonois arma una flota para echar gente en tierra en las
islas españolas de la América, con intento de saquearlas,
abrasarlas y despojarlas de todo bien
Hizo advertir Lolonois su designio a todos los piratas que por entonces estaban en la mar; con que en poco tiempo tuvo más de 400 hombres. Además de esto había otro pirata en la isla de Tortuga, llamado Miguel de Basco, que había hecho grande fortuna, bastante para reposarse y no salir más a la mar para este fin. Tenía el cargo de mayor en la isla, pero viendo las grandes preparaciones que Lolonois hacía, trabó con él estrecha amistad, ofreciéndole que, si quería constituirle su capitán de tierra (pues la conocía muy bien, y su constitución), iría con él. Fueron de acuerdo ambos con mucho regocijo de Lolonois, sabiendo que Basco había hecho también grandes acciones en la Europa y que era grande soldado. Diole el propuesto cargo y toda su gente, que embarcaron con ocho navíos, siendo el de Lolonois el más grande, armado de 10 piezas de artillería.
Estando todos bien preparados, dieron a la vela y partieron juntos a la fin de abril, con numerosa gente, siendo en todos 1660 hombres, encaminándose hacia la parte llamada Bayala, situada de la parte del norte de la isla Española, donde tomaron aún una partida de cazadores que voluntariamente se fueron con ellos; proveyéronse allí de toda suerte de víveres necesarios.
El último de julio siguiente se pusieron a la vela, dirigiendo su curso hacia el cabo oriental de la isla llamada Punta de Espada, donde inmediatamente vieron un navío que venía de Puerto Rico destinado para la Nueva España, estando cargado con cacao. El almirante Lolonois ordenó a los otros navíos de aguardarle cerca de la isla Savona, que está al lado del oriente de la isla de Punta de Espada, y que él solo iría a tomar dicho navío, el cual, después de dos horas de la vista, no quiso huir y se aprestó a la defensa, estando bien armado y proveído de todo lo necesario; pusiéronse en combate, que duró tres horas, que pasadas se rindió a Lolonois. Era un navío montado de diez y seis piezas de artillería, con cincuenta personas de defensa o guarnición; hallaron dentro ciento y veinte libras de cacao, cuarenta mil reales de a ocho en moneda y el valor de diez mil pesos en joyas. Envióle Lolonois a Tortuga para descargarle con orden de volver, a dicho navío, tan presto como fuera descargado en la isla Savona donde le aguardaban, pero la flota, habiendo llegado a dicha isla, halló otro navío que venía de Cumaná con municiones de guerra para la isla de Santo Domingo y dinero para pagar los soldados de dicha isla, al cual tomaron sin alguna resistencia y siendo fuerte de ocho piezas de artillería y teniendo dentro siete mil libras de pólvora, cantidad de mosquetes y cosas de este género, así como, también, doce mil reales de a ocho en moneda.
Dio todo esto coraje a los piratas, pareciéndoles un buen principio en sus negocios y hallando su flota reforzada en tan poco tiempo. Habiendo llegado este segundo navío a Tortuga, el gobernador lo hizo descargar y despachar al punto con frescos víveres y otras cosas para Lolonois, que le eligió al instante por suyo y dio el que tenía a su camarada Antonio du Puis o del Pozo, y habiendo obtenido nuevos resultas de gente, en lugar de los que perdió en las tomas dichas y de enfermedades, se halló en buen estado para proseguir su fortuna. Hallando toda su gente llenos de coraje, dieron a la vela para Maracaibo, siendo situado su puerto en la tierra de Nueva Venezuela, en la altura de doce grados y algunos minutos, latitud septentrional. Es larga esta isla de veinte leguas y doce de ancho. De este dicho puerto son las islas de Oneba y Monges. El lado oriental se llama cabo de San Román; el del occidente se llama cabo de Caquibacoa; el golfo algunos le llaman de Venezuela, mas los piratas le intitulan bahía de Maracaibo.
Al principio de este golfo hay dos islas que se extienden la mayor parte del oriente al occidente; la de oriente se llama isla de la Virgilia, porque en medio de ella se ve una alta colina, encima de la cual está una casa donde vive una centinela perpetuamente; la otra tiene por nombre isla de Palomas. Entre estas dos islas se halla una mar o lago de agua dulce, larga de sesenta leguas y ancha de treinta, el cual tiene su salida a la mar; expláyase alrededor de estas dos islas entre las cuales se halla la mejor seguridad para pasar los navíos no siendo más ancho este canal que un tiro de artillería de a ocho libras; poco más o menos. Hay un castillo sobre la isla de las Palomas para impedir la entrada, siéndoles a todos los navíos que quieren entrar forzoso de pasar junto a él, estando dos bancos de arena de la otra parte, que no tienen sobre sí más que catorce pies de agua. Hállanse otros bancos dentro de este lago, como el Tablazo, que no tiene más profundidad que diez pies, pero está ya cuarenta leguas adentro; hay otros que no tienen más que seis, siete y ocho brazadas, todos los cuales son bien peligrosos particularmente a los poco versados. En el lado occidental está situada la ciudad de Maracaibo, la cual es muy agradable, por estar sus casas fabricadas a lo largo de la ribera, teniendo las vistas muy deliciosas, todo alrededor. Contiene tres o cuatro mil personas que componen una razonable población; contando en este número los esclavos, calculánse, de entre ellos, ochocientos hombres capaces de tomar las armas, que son todos españoles. Hay una iglesia parroquial de muy buena estructura y adorno; cuatro conventos y un hospital. Gobiérnase por un vicegobernador que sustituye al de Caracas. El negocio o trato que allí se hace consiste, por la mayor parte, en pieles y tabaco. Tienen los habitantes grande cantidad de ganados y plantíos que se dilatan en distrito de treinta leguas contándose, por una parte, desde la dicha villa hasta el grande y populoso lugar de Gibraltar, en el cual se recoge abundancia de cacao y multitud de toda suerte de frutos campesinos para regalo y entretenimiento de los de Maracaibo, cuyos territorios son un poco más secos; de ellos sacan carnes para los de Gibraltar, que envían, cuando éstos llevan cargas de limones, naranjas y otros frutos, a aquéllos, siendo los de dicha aldea miserables en carnes, pues no pueden apacentar en sus campos vacas ni carneros.
Delante de Maracaibo hay un espacioso y asegurado puerto, sobre el cual se pueden fabricar toda suerte de embarcaciones, teniendo la comodidad de madera, que pueden conducir a poco gasto. Cerca de la villa está una isleta llamada Borrica, que sirve para apacentar grande cantidad de cabras, las cuales aprovechan más a los de Maracaibo por las pieles que sacan de ellas, que por sus carnes y leche, de que no hacen mucho caso si no es cuando son tiernos cabritos. Hay a los contornos de la villa algunos carneros, pero muy pequeños. En algunas islas de este lago y en otras partes viven muchos indios salvajes, que los españoles llaman Bravos, los cuales no pueden acordarse con la generosa nación española a causa de su brutal e indómita naturaleza. Estos indios, por la mayor parte, viven hacia el lado de occidente de la mar, en pequeñuelas casas fabricadas sobre los árboles que crecen dentro del agua, siendo la causa de eso procurarse libertarse de la innumerable cantidad de mosquitos que hay en aquellas partes, que los atormentan con la prolijidad. Hay también, en el oriente de aquel lago, lugares enteros de pescadores, que son obligados como los indios a vivir en casillas semejantes a las precedentes por la misma razón y por las inundaciones ordinarias de las aguas; pues sucede que habiendo llovido se cubre la tierra dos o tres leguas, por causa que a este lago salen veinte y cinco caudalosos ríos, de suerte que el lugar de Gibraltar muchas veces es tan cubierto de aguas, que los labradores forzosamente dejan sus casas y se retiran a sus plantíos.
Gibraltar está situado del lado del agua cuarenta leguas dentro de dicho lago, el cual recibe los víveres necesarios, como está dicho, de Maracaibo. Habítanle mil y quinientas personas en todo, y de ellas hay cuatrocientos hombres de defensa; la mayor parte tienen tiendas donde ejercen algún oficio mecánico. Todos los circuitos de este lugar están proveídos de plantíos de cacao y azúcar; muchos árboles muy vistosos y lozanos, de cuya madera se pueden fabricar casas, como también navíos. Hallan entre ellos cedros gruesos de siete brazadas, que sirven muy de ordinario allí para la fábrica de navíos que hacen con la disposición de una grande vela, a los cuales llaman piraguas. Muchas riberas y arroyos corren por estos términos, que les son muy útiles en tiempo de sequedad, abriendo algunos canales que tienen hechos a su disposición, para regar sus campos y plantíos. Siémbrase también cantidad de buen tabaco, de que se hace grande estima en la Europa y, por ser tan bueno, le llaman allí Tabaco de sacerdotes. Tiene cerca de veinte leguas de jurisdicción, que termina y es reparada de altas montañas, las cuales están siempre cubiertas de nieve. A la otra parte de estos riscos está situada una grande ciudad llamada Mérida, debajo de la cual Gibraltar está sujeta. La mercaduría se lleva en mulos de este lugar a la dicha ciudad, y eso no más que una vez al año, a causa del grande frío que deben sufrir, pasando dichas montañas; los retornos son de la Flor que traen hacia el Perú, por la vía de Estaffe.
He hallado a propósito hacer esta pequeña descripcíón de la dicha mar de Maracaibo y de su constitución, a fin que el lector pueda mejor comprender lo que sucedió, cuya relación comenzaré al presente.
Luego que llegó Lolonois al golfo de Venezuela, dio fondo fuera de la vista de Vigilia. El día siguiente muy de mañana partieron para la mar llamada el lago de Maracaibo con todos sus navíos, donde ancoraron otra vez, y condujo toda su gente a tierra para asaltar la fortaleza llamada de la Barra, que consiste en algunos grandes cestos de tierra puestos en una eminencia, en donde plantaron diez y seis piezas de artillería apoyadas alrededor de otros montones de tierra para encubrirse dentro. Los piratas, estando una legua de esta fortaleza, avanzaron poco a poco, pero el gobernador había puesto algunos españoles en emboscada, para servirse de retaguardia y cogerlos mejor al improviso por las espaldas, cuando caerían sobre ellos delante, cuyo designio los piratas conocieron y estaban sobre aviso, con que la dicha emboscada fue combatida de suerte que no pudo retirarse persona alguna al castillo; entretanto el pirata, continuando aprisa, avanzó con sus compañeros valerosamente y después de un combate de cerca de tres horas se hicieron señores y triunfaron, y esto sin más armas que puñales y espadas. Mientras el combate, los que se habían escapado de la retaguardia, no pudiéndose meter en su castillo, se fueron a la villa de Maracaibo, llenos todos de confusión, diciendo: Los piratas vendrán aquí con 2.000 combatientes. Esta villa, habiendo sido cogida otra vez por semejantes gentes y saqueada hasta lo más escondido, tenía aún fresca la memoria, y los habitantes se salvaron como pudieron hacia Gibraltar, con sus barcas o canoas, llevándose consigo todos los muebles y dinero que pudieron; llegando a Gibraltar, advirtieron que la fortaleza estaba cogida, y que nadie había podido conservar nada, ni salvarse de la furia de los piratas.
Levantaron y enarbolaron su estandarte los piratas, para hacer signo a sus navíos de que eran victoriosos y que entrasen más adentro sin recelos de algún daño. Emplearon el resto de esta jornada en derribar y arruinar el dicho castillo. Clavaron la artillería, quemaron todo lo que pudieron e hicieron enterrar los muertos, llevando a bordo los que estaban heridos. El día siguiente por la mañana levantaron áncoras poniendo la proa, toda la flota, hacia la villa de Maracaibo, distante de allí seis leguas, poco más o menos, pero no haciendo mucho viento ese mismo día, no avanzaron casi nada, debiendo aguardar el reflujo del agua. Llegaron el día siguiente muy de mañana a la vista de la villa, donde pusieron todo lo necesario en orden a fin de saltar en tierra, debajo del favor de su artillería, creyendo que los españoles tendrían alguna retaguardia entre los pequeños árboles y hierbas altas. Hicieron descender gente en sus canoas, las cuales tenían consigo, y las condujeron a tierra; entretanto tiraron furiosamente con su artillería. Saltó solamente la mitad de la gente en tierra y la otra mitad quedaron en dichas canoas; cañonearon espesísimamente hacia los bosques de la ribera, mas no les respondió persona, con que llegaron a la villa, cuyos moradores se habían retirado con sus mujeres, hijos y familias, dejando sus casas bien proveídas de víveres de toda suerte, como: de la flor, ganado de cerda, pan, aguardiente, vino y abundancia de gallinas, de todo lo cual los piratas hicieron largos banquetes, pues en cuatro semanas no habían tenido ocasión de llenar sus vientres con tanta abundancia.
Tomaron posesión de las mejores casas de la villa y formaron por toda ella centinelas, sirviéndoles la grande iglesia de cuerpo de guardia. El día siguiente enviaron una tropa de ciento y cincuenta personas para descubrir algunos de los moradores de la villa, los cuales volviéndose a retirar por la noche primera, trajeron consigo veinte mil reales de a ocho y algunos mulos cargados de muebles y mercadurías, junto con veinte prisioneros, tanto hombres como mujeres e hijos. Pusieron algunos de estos prisioneros en tormento para que descubriesen el resto de bienes que habían transportado, mas no quisieron confesar cosa alguna. Lolonois (que no hacía gran caso de la muerte de una docena de españoles) tomó su alfange y cortó en muchas piezas a uno, en presencia de todos los otros, diciendo: Si no queréis confesar y mostrar dónde están cubiertos y escondidos todos los bienes, haré lo mismo con el resto. De suerte que, entre tan horrendas y funestas amenazas, hubo uno entre los míseros prisioneros que le prometió de conducirle y mostrarle el lugar o escondijos donde estaban todos los demás de su gente; pero los que se habían huido, viendo u oyendo que había quien los hubiese descubierto, mudaron de lugar y cubrieron todo el bien que pudieron en tierra, tan ingeniosamente que los piratas no lo podían hallar sino es que alguno de entre ellos lo manifestase; porque los españoles huyéndose de término en término cada día, mudando de bosques, se tenían por sospechosos los unos a los otros, de suerte, que el padre mismo no se fiaba de su hijo.
Finalmente, después que los piratas hubieran estado quince días en Maracaibo, resolvieron de ir hacia Gibraltar; pero estando ya preadvertidos del designio de dichos piratas y, también, que tenían después intención de ir a Mérida, avisaron al gobernador (que era bravo soldado, por haber servido al rey en los países de Flandes en cargos militares) respondió: No les diese cuidado alguno, que él tenía esperanza de exterminar bien presto tales piratas. Sobre lo cual se vino inmediatamente a Gibraltar con cuatrocientos hombres bien armados, disponiendo al mismo tiempo que los vecinos de esta aldea se pusiesen en armas, donde en todos y los que con él venían, armó ochocientos combatidores. Dispuso con mucha priesa se hiciese una batería hacia la ribera, en la cual plantó veinte piezas de artillería, encubriéndolas todas con cestos de tierra; puso aún otra batería de ocho piezas en otra parte e hizo cortar un camino, que forzosamente los piratas debían pasar, mandando componer otro entre los lodazales de un bosque, el cual era del todo incógnito a los piratas.
No sabiendo los pretensores huéspedes nada de estas preparaciones (después de haber embarcado todos sus prisioneros y lo robado) se encaminaron hacia Gibraltar, los cuales habiendo llegado a la vista descubrieron el estandarte real enarbolado y conocieron tenían los de Gibraltar ánimo de pelear. Viendo esto Lolonois juntó consejo para deliberar qué haría en tal caso, proponiendo a sus oficiales y marineros que el bocado que debían morder era muy rudo, pues que los españoles habían tenido tanto tiempo para ponerse en defensa y recogido mucha gente con otros pertrechos de guerra; pero díjoles: No obstante (dándoles ánimo) tened coraje; a nosotros nos importa el defendernos como bravos soldados o perder la vida con todas nuestras ricas presas. Haced como yo haré, que soy vuestro capitán. Otras veces hemos peleado con menos gente que ahora somos y hemos vencido mayor número que aquí puede haber. Mientras más sean, más gloria atribuiremos a nuestra fortuna y mayor riqueza aumentaremos a nuestro poder. (Suponían los piratas que todo cuanto los de Maracaibo tenían escondido lo habrían transportado a Gibraltar o, por lo menos, la mayor parte.) Sobre este razonamiento cada uno prometió de seguirle y obedecer en todo; a que dijo Lolonois: Está bien; pero sabed, que el primero que mostrare temor o escrúpulo, le daré un pistoletazo.
Sobre esta resolución echaron las áncoras al agua un cuarto de legua del lugar, cerca de la ribera. E1 día siguiente, antes que el sol saliese, estaban ya todos en tierra, siendo 380 hombres proveídos y armados cada uno con un alfange y una o dos pistolas, bastante pólvora y balas para tirar 30 veces; con que después de haberse dado la mano el uno al otro en señal de coraje, comenzaron a caminar, usando Lolonois de estas palabras: Vamos, mis hermanos, seguidme y no seáis cobardes. Siguieron su camino con una guía, pero creyendo los conducía bien, fue a dar con ellos al camino que dijimos hizo el gobernador cortar; de suerte que persona no pudo pasar, y vinieron al otro que había sido hecho en el bosque, entre el lodo, al cual los españoles podían disparar a su gusto. No obstante, los piratas estando aún llenos de coraje, cortaron multitud de ramas y las echaron en el lodo sobre el dicho camino, para no sumirse como se sumían. Entretanto los de Gibraltar disparaban muchos cañonazos, tan furiosamente y tan continuados, que apenas podían verse ni entenderse los unos a los otros, a causa del estruendo y humareda. Habiendo pasado el bosque, llegaron a tierra fuerte, donde vieron seis piezas de artillería asentadas, que inmediatamente dispararon los de dentro; consistiendo su carga en multitud de balas de mosquete y pedazos de hierro. Después los españoles dieron un asalto sobre los piratas, que los hicieron retirar; de tal manera, que pocos se atrevieron a llegar a su fortaleza. Continuaron aún en tirar sobre los piratas, que tenían ya muchos muertos y heridos y buscaban otro camino en la mitad del bosque; pero los españoles habiendo hecho cortar grandes árboles para impedir los pasos, se vieron forzados de volver a seguir el que dejaron, aunque los otros continuaban siempre en disparar, no queriendo ya salir de sus lugares para hacer más ataques contra los piratas, los cuales no pudiendo trepar por los cestos de tierra, usaron de una sutileza con que los engañaron.
Lolonois se retiró súbitamente con su gente, haciendo figura de quererse huir, sobre lo cual los españoles dieron tras ellos, que era lo que los piratas buscaban, se volvieron con la espada en mano y mataron más de 200 hombres, y saltando sobre ellos, atravesando entre los que habían quedado vivos, se señorearon de la fortaleza echando los españoles que habían quedado fuera, los cuales se huyeron a los bosques en parte, y la parte que estaba en el otro fortín de las ocho piezas, se rindieron debajo de condiciones de cuartel. Abatieron inmediatamente los piratas todos los estandartes españoles, haciendo al mismo tiempo prisioneros a cuantos hallaban, llevándolos a la iglesia grande, donde condujeron cantidad de piezas de artillería, con que asestaron una batería para defenderse, teniendo temor que los españoles convocarían otra gente de los suyos para exterminarlos; pero el día siguiente estaban bien fortificados y todos sus temores para enterrarlos, hallando en número más de 500 españoles solamente, además de los heridos y los que, de ellos, se habían refugiado en los bosques, que después murieron allá de sus heridas. Fuera de todos éstos tenían los piratas más de 150 prisioneros y cerca de 500 esclavos, mujeres y niños.
Hallaron los piratas cuarenta de los suyos muertos y casi tantos heridos, de que la mayor parte murieron por la constitución del aire, que los causó calenturas y otros accidentes. Hicieron poner todos los muertos españoles en dos barcas, y llevándolos un cuarto de legua dentro de la mar, las hicieron ir a pique. Acabadas estas cosas, recogieron toda la plata, muebles y mercadurías que robaron; mas los españoles que tenían aún algún poco de bien, lo escondieron. Poco después, los piratas, no contentos de tantas riquezas, comenzaron de nuevo a llevar más muebles y mercadurías, sin eximir a los que vivían en los contornos, como cazadores y plantadores. No habían estado aún 18 días, cuando en ese tiempo la mayor parte de los prisioneros, que tenían muertos de hambre no hallándose en el lugar sino muy pocas vituallas de carnes, si bien tenían alguna flor que no les bastaba, y los piratas la recogieron para hacer pan para ellos mismos; el ganado de cerda, vacas, carneros y gallinas que se hallaron, recogieron también para su mantenimiento solamente, sin que hiciesen participantes a los miserables que tenían presos, a quienes proveyeron un poco de carne de mulas y borricas, que hicieron matar con ese fin, y los que no querían comer de esto debían morir de hambre, que amaron más no estando sus estómagos acostumbrados a carnes tan aborrecibles; excepto a algunas mujeres que los piratas regalaban para tomar con ellas los divertimentos sensuales a que están muy de ordinario hechos; había entre ellas algunas forzadas y otras voluntarias, y casi todas entregadas a ese sucio vicio más por hambre que por lascivia. De los prisioneros muchos fueron muertos en tormentos que les dieron para hacerles confesar dónde tenían el dinero o joyas, unos porque no tenían ni sabían y otros porque negaban, pasaron tan atroces crueldades.
Finalmente, después de haber dominado cuatro semanas, enviaron cuatro españoles de los prisioneros que habían quedado a los otros, que estaban en los bosques demandándolos exacción de quema; pidiendo, por no poner fuego al lugar, 10.000 reales de a ocho, a falta de que abrasarían y reducirían en cenizas todo el dicho lugar; dábanles dos días de tiempo para traer dicha suma, y no habiéndo [los escondidos] podido juntar tan puntualmente, comenzaron a poner fuego en muchas partes de la aldea. Viendo los españoles que no se burlaban los piratas, les suplicaron de ayudar a apagar el fuego, y que la dicha suma les sería puntualmente contada. Los piratas lo hicieron, ayudando cuanto les fue posible a atajarle con la compañía de habitantes que se juntó; pero, por más que trabajaron, no pudieron evitar la ruina de una parte, particularmente de la iglesia del convento, que del todo se redujo en polvo hasta los cimientos. Después de haber recibido el dinero referido llevaron todo lo que robaron a bordo junto con un grande número de esclavos, que no habían pagado su porción o rescate (todos los prisioneros estaban tasados, y los esclavos debían ser rescatados). Se fueron hacia Maracaibo donde, habiendo llegado, vieron una grande consternación en aquel pueblo, al cual enviaron tres o cuatro prisioneros para decir al gobernador y a los habitantes, que les trajesen 30.000 reales de a ocho al navío por el rescate de su villa, so pena de enteramente ser saqueada y abrasada.
Entre estos dares y tomares, un partido de piratas salió a robar y tomaron las imágenes, los cuadros y campanas de la iglesia, y las llevaron a bordo de sus navíos. Los españoles que habían salido a demandar a los otros que se habían huido la suma dicha, volvieron con orden de hacer algún acuerdo con los piratas, lo que hicieron; y convinieron por su rescate y libertad, darían 20.000 reales de a ocho y 500 vacas, a condición que los piratas no harían más alguna hostilidad a persona alguna, sino que partirían de allí tan presto como hubiesen recibido el dinero y ganado. Estando pagado todo, partieron con su flota, lo cual causó grande alegría en los de Maracaibo, por verse libres de tal gente. Púsoles en gran temor y admiración ver, que tres días después de la salida de los piratas, ellos mismos volvieron a aparecerse otra vez en el puerto de donde habían partido, no sabiendo qué querría significar, pero bien presto salieron de la duda, cuando oyeron al enviado pirata, que les dijo, de parte de Lolonois le enviasen un buen piloto para conducir uno de sus mayores navíos fuera del peligroso banco que está a la entrada del lago, lo cual se fue al punto acordado.
Había dos meses que los piratas eran llegados a aquellos puertos, en los cuales hicieron las maldades e infamias referidas de donde, saliendo, se encaminaron hacia la isla Española, y llegaron en ocho días, ancorando en un puerto llamado isla de la Vaca, sobre el cual viven algunos bucaniers franceses, que de ordinario venden las carnes que cazan a los piratas y a otros, que algunas veces llegan allí por ese mismo fin y comercio. Al dicho lugar llevaron y descargaron todo lo que habían hurtado (siendo su acostumbrado almacén el abrigo de aquellos bucaniers) y repartieron entre todos ellos las presas, por el orden que a cada uno le pertenecía. Después de haber hecho la cuenta y cálculo de todo lo que tenían entre manos, hallaron en dinero de contado 260.000 reales de a ocho; con que repartido esto, recibió cada uno, también, de piezas de seda, lienzo y otras cosas, por el valor de más de 100 reales de a ocho; las personas heridas recibieron su parte primero que todos (esto es, las recompensas de que ya hablábamos en la primera parte) y quedaron con dineros; pero muchos mutilados de algunos de sus miembros. Pesaron después toda la plata labrada, contando a 10 reales de a ocho la libra; las joyas se tasaron con muchas diferencias, causadas de su poco conocimiento. Habiendo hecho cada uno juramento de no tener en cargo al común, cosa alguna que subrepticiamente hubiese guardado, pasaron al reparto de lo que tocaba a los que eran muertos, de entre ellos, en ocasión de batalla o de otra suerte; cuyas porciones se dieron por entero a guardar a sus amigos, para que en su tiempo lo entregasen a los parientes, que legítimamente les pertenecía ser herederos.
Acabado de concluir lo sobredicho se pusieron a la vela para la isla de Tortuga, donde llegaron un mes después con grandísima alegría de los más, porque el resto en tres semanas no tenían ya dinero, habiéndolo perdido en cosas de poco momento y al juego de naipes y dados. Habían llegado poco antes dos navíos franceses cargados de vino, aguardiente y cosas de ese género, con que estos licores corrían a bajo precio; pero no duró mucho tiempo porque en pocos días subió a cuatro reales de a ocho la medida de dos azumbres de aguardiente. El gobernador compró el navío de los piratas, que llevaban cargado de cacao, dando por todo la veintena parte de lo que valía, de suerte que sus riquezas las habían perdido en menos tiempo que las adquirieron, robándolas. Los taberneros y las meretrices tenían la mayor parte, de tal modo, que ya se veían obligados a buscar otras por los mismos estilos que las precedentes.